La hija de San Rafael
que muchacha tan bonita
la vi por primera vez
una hermosa mañanita;
tiene el rojo del merey
sembrado allá en la sonrisa,
preso el azul del jagüey
en su mirada clarita.
Su voz es la del palmar
cuando juega con la brisa,
de remolino su andar,
de cuatro su cinturita,
le ajilan si va a pescar
en el guaral de su risa
de requiebros un sartal
e ilusiones que se agitan.
Su cabellera es tarraya
donde enredan las caricias,
su cuerpo es como una playa
fina arena moreníta
donde todavía no atraca
el bongo de la conquista,
y aquí en mi pecho embarbasca
peces de amor su carita.
Voy a recorrer los ríos
de la llanura infinita
para encontrar otra vez
esa mirada azulita,
donde navega un querer
hacia el puerto de la dicha
dicen que San Rafael
de yerno me necesita.