En un pedazo de patria
nació mi cantar sediento
del llano: oportunidad es
para darle agradecimiento
a esa tierra parejita,
a ese suelo tan extenso,
donde recibí la vida
por la gracia de mis ancestros,
sin pensar que el Dios divino
me ponía el don por derecho
de escribir y ser cantante:
vean cómo se lo demuestro.
Ay, tú eres testigo, llanura,
del día de mi nacimiento,
de aquel grito primerizo
que trasnochó al firmamento,
al perderse, solitario,
entre las ondas del viento
para luego convertirse
en la esencia de mis versos,
aquellos que vuelvo coplas
para expresar sentimientos,
que en el corazón no puedo
guardarlos por mucho tiempo
porque, si no, se convierten
en penas y sufrimiento.
¿Cómo olvidarte, llanura,
si en ti reposan los restos
del viejo que me hizo un hombre
cuando en ese llano intenso
elogiábamos los soles
de un febrero recio y seco:
su enseñanza y su ternura
para ceñirse a mi afecto.
En tus caminos, llanura,
como un mudo testamento,
mis huellas de pies descalzos,
prueba del muchacho inquieto
que se forma en la sabana
como el caballo mostrenco,
llevado a la mansedumbre
por el tirón de un cabestro.
Aquel que, para expresarlo,
tomó su puño derecho
y gritó: "Soy hombre macho”,
dándose un golpe en el pecho.
Me embarga la soledad,
llanura, cuando me ausento
en tu arrebol vespertino
de tu estero y banco seco,
donde la palma es quietica
se sume en un embeleso
para recibir la noche:
penca cual brazos abiertos.
Tu aurora me dio ternura,
la buena fe y el contento,
virtudes que, al Señor gracias,
van con mi temperamento.
Ay, ¿Cómo olvidarte, llanura,
morada de mil lamentos,
que dejé en noche callada
para romper el silencio
por cajones de sabana
con el rumbo pintoresco
de un lucero en medianoche
que se apaga por momentos,
porque es mucha la distancia
para que se quede quieto.
Por eso me han bautizado
el hijo del llano adentro,
porque nací allá en Elorza,
pueblo fundado en el centro
del lejano estado Apure,
donde el llanero es resuelto,
las mujeres son hermosas,
llenas de merecimiento.
Dale duro y no lo pares,
te voy a pedir, maestro,
que a amanecer parrandeando
esta noche estoy dispuesto.
Soy amigo del amigo,
mi amistad no tiene precio.
Al que me tira, le tiro.
Si me respetan, respeto.
Cuando una mujer me gusta,
me enamoro y echo el resto.
Y una de las cosas, primo,
que yo ni jugando acepto
es que hay pollos supermalos
que creen sobrarles talento.
A ésos los mantengo a raya
para que ocupen su puesto.
Yo soy sereno y tranquilo,
pero, si me buscan pleito,
les doy duro para que sientan
de la ley el propio peso,
para que cuando digan "voy”
les digo "vengo y regreso”.
Y, ahora, para culminar,
al cielo mando mis rezos
y el sabor de mi cantar
a ti, Señor, te lo ofrezco:
aquí un hijo de la patria
te agradecerá por esto,
porque yo, en el pentagrama,
también un sitial merezco.