- Gavilán, gavilancito,
que traes recuerdos bonitos
de mis épocas pasadas,
y, aunque las opacó el tiempo,
siempre las llevo por dentro,
aquí en mi mente grabadas:
me quedó el conocimiento
de las costumbres sembradas.
Hoy florecen en mi pecho
como el lirio en la sabana,
convertidas en canciones,
para toda mi tierra llana,
para decirle a unos copleros
que el llano nunca se acaba.
- Claro que sí, Matanegra,
eso que me comentabas:
también tengo remembranzas
en mi mente amontonadas,
donde yo nací y me crié,
en mi llanura elorzana,
que desde pijoterito
hasta en un burro enlazaba.
- Colega, Jorge Guerrero,
recuerdo que yo ordeñaba
treinta y pico de vacas mansas
en horas de madrugada.
Recuerdo la Cara-de-Güira,
la que más vaina me echaba:
me escupía la cara de bostas
cada vez que raboteaba.
- A la vaca, cuando es mañosa,
que no es polla y es rabiosa,
yo le paso por la cara
una escoba enchumbadita
en la pura mañanita
con los meados de mi adorada:
ya la veía llegar solita
de primera a la majada,
a ordeñarla sin malea
dándome tres camazadas,
que alcanzan para los muchachos
y para quebrar la cuajada.
Estas costumbres, Tigrito,
están en mi llano olvidadas.
- Yo me recuerdo, Guerrero,
en el Hato de la Calzada,
donde había tres mil becerros
y, para herrar, se coleaba.
Y entre ese puño de ganado
no faltaba una vaca brava;
yo, como era el más salido,
con el sombrero toreaba.
- Escúchame, tú, también:
lo que a mí más me gustaba
era percibir el humo
cuando aquel hierro quemaba.
Se le montaba en sus lomos
y conmigo se paraba:
le daba con los talones
para echarle una jineteada.
- Cuando yo fui sabanero,
con novillos madrineros
era que el ganado se arreaba.
La res que se resistía
se dejaba pegar un día
y, después, se le enyugaba
en el pescuezo de un buey:
así los encaminaba.
Yo, como era más truhano,
si era macho, lo capaba
y lo llevaba al rodeo
para que se amadrinara.
Y en la noche, entre llaneros,
esta hazaña se contaba.
- ¡Ah, malhaya aquellos tiempos,
cuando ganado señalaba
con un cuchillo de carbón,
que en la cintura cargaba!
De crucecita en horqueta
un vozarrón les echaba:
tenedor y cola de esparto,
punta de lanza y la taraba.
- ¡Qué tiempos esos tan bonitos,
cuando un potrón se amansaba,
que había bastantes atajos y
en esos montes se alzaban.
Cuando existía el brujeador
que el llano los desvelaba,
para recoger los potrancos,
los que el padrote botaba.
- Esto lo hacía el brujeador:
apuntaba el mandador
para las entradas de agua.
Las potras entran en celo:
por eso él en su desvelo
las ponía como carnada
y con rumbo hacia el corral
el chalán las jaleteaba.
Y en el botalón de horqueta
uno a uno los esperaban:
desde el primero hasta el último
toditos los espumaban,
en compañía de dos peones,
que eran los que amadrinaban.
- Le voy a hacer una pregunta.
Quiero la respuesta clara:
¿Cuántas tapas agarró
allá en esa tierra plana?
Cuando el verano era bravo,
que los caños se secaban,
se cogían aquellas tapas
para que el ganado fresqueara.
- En eso sí tengo yo
una experiencia sobrada.
Yo casi pierdo una mano
porque me mordió una baba:
los implementos de un áspid
y con el resto, mi paga,
y una criolla parihuela
del cuero de una orejana.
- De orejanos no me hable.
Óigame muy bien, compadre,
que en eso me salió canas
y se le chucutó el rabo
de jalar ganado bravo
a mi potranquita ruana:
Cachimuela, camarita,
era como me apodaban.
Hoy no se roba ganado,
como antes se robaba,
que uno solito en el monte
a una res la descuartizaba:
por muy oscura la noche
el cuero no lo picaba.
- Yo, en mis tiempos, no robé,
aunque ganas me sobraban,
porque donde yo me crié
el tasajo no faltaba.
Pero no faltó un vecino
que un bocadito llevara
porque la carne es sabrosa
con pajita revolcada.
- Más sabrosa es con perico,
en un caldero esmachada,
la punta de paleta
con cuatro días de asoleada.
O una cecina bien gorda,
que esté un pelo engusanada,
para un picadillo llanero
con arrocito y tajada.
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