- Buenos días, Jorge Guerrero,
cuénteme cómo le va.
¿Qué pasó que por mi rancho,
compadre, no ha vuelto más?
Todavía le tengo un topocho
y un pedazo de carne salada.
Cuando pueda, va a buscarla;
si no, la manda a buscar.
- Tiene toda la razón,
pero me va a disculpar.
Es que ahorita estoy a pie
porque el burro de yo andar
hace días que se me fue
con una burra enchispada.
Hasta el sol de hoy no lo he visto
ni lo escucho rebuznar.
- Eso sí que me sorprende:
es una casualidad.
A un hombre como es Vd.,
de chispa y de agilidad,
no le falta en el tranquero
una remonta ensillada,
aunque sea para ir al conuco
o al vecindario a hembrear.
- Pero si Vd. tenía claro
que iba a venir para acá,
se viene con el bocado
y me ahorra la caminada.
Pero desmóntese y pasa
y así podemos hablar:
nos tomamos un café,
que ya lo mandé a colar.
-No pensé llegar hasta aquí,
yo salí fue a sabanear
un becerro que berreaba
a la orilla de la empalizada.
Me di un rato por el rastro,
pero no conseguí nada.
Y como estaba cerquita,
pues lo vine a saludar.
-Siéntese en esa butaca
y, si quiere descansar,
descuelga una campechana
bajo esa mata copeada.
Y diga si para esos lados
la vaquería va a empezar,
porque desde ayer he visto
muchos llaneros pasar.
-Eso es una falsa alarma:
yo se lo voy a explicar
Es que en Chama cualquier tapia
acababan de encerrar
y un par de toros peleando
acabaron la majada.
Y le cayeron al monte
unos bichos sin errar.
-Entonces fue pasajero:
son unas reses alzadas.
Y, hablando de mañoseras,
vea lo que tengo estirada:
esa soga recién hecha
de veinticinco brazadas,
para batírsela en la cara
al toro si va a ajeitar.
- Para salirle a ese toro
hay que primero pensar.
Le han salido hasta con perros
y no le han podido llegar.
Anteayer lo vi en la calceta
y le comencé a gritar.
Y le cayó a un cachorral:
parecía que iba a volar.
-Me imagino la carrera
y el tropel en la espantada.
Y yo sobre el lagunazo
a punto de trasmolear.
Cuando esta soga
ceniza le caiga casi chijada,
que ajuste y tire por él:
¡cómo será la matada!
- Guerrero, eso es un peligro,
no se vaya a equivocar.
No sea que, en plena carrera,
el toro empiece a orejear
y se le vuelva con furia
en plena velocidad
y le malogre al caballo
o a Vd., sin necesidad.
-Sepa que yo soy llanero
y de mucha facultad.
No le tengo miedo a toro
por muy ágil la cornada.
En los chumbos de la silla
cargo una manta pegada
y mi viejo Borsalino
con las alas agachadas.
-Compadre, ya hablamos bastante:
yo me tengo que marchar.
Mi mujer está solita
y de paso bien preñada.
Y, si le dan los dolores,
sola, ¿quién la va a partear?
Fue un placer hablar un rato
de criollismo y la humildad.
-Primo Wilmer, le agradezco
su forma de dialogar;
por eso voy a decir,
ya para finalizar,
¡Viva la Aguada y Elorza,
llanos que hacen inspirar,
y nuestro folklor llanero
por toda la eternidad!